10 abril 2013


A LA IGLESIA QUE AMO
La alegría de la Pascua en la Iglesia

Discípulos de Cristo: La Pascua es una invitación serena y honda a la alegría porque celebramos la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. 
Es la celebración de la reconciliación del mundo con el Padre y la unidad del género humano. Con Cristo ha venido una nueva creación. 
Todo es nuevo, distinto. Los hombres deben tener una nueva forma de mirar, de oír, de gustar, de ser. Todo lo que existe es distinto.

La responsabilidad de la Pascua para todos nosotros está en que toda esta novedad la tenemos que hacer transparente y comunicativa. Es la novedad de haber hecho realidad en nuestra vida el contenido de aquellas palabras del Evangelio: «Hemos visto al Señor» 
(/Jn/20/25). Haber visto al Señor supone una experiencia inigualable. 
Supone haber tenido lo que nunca jamás uno se hubiera imaginado.

Todos habremos experimentado algún momento en especial cercanía a Cristo y lo a gusto que nos hemos encontrado. Son estos momentos que nunca cambiaríamos por nada, ni por nadie. Son momentos en que decimos sin miedo a confundirnos, ni a quedar en ridículo, ni a 
importarnos el qué dirán: «Hemos visto al Señor» en la fe. La alegría que en esos instantes está en nuestra vida es indescriptible.


ALEGRIA/SIGNO: Pues bien, el signo de una existencia cristiana verdadera es la alegría. Y la alegría es el mejor testimonio de la autenticidad de una vida. En el cristianismo, no se trata de ser individualmente alegres. Se trata fundamentalmente de formar comunidades pascuales que irradien cotidianamente la alegría. Urge recuperar la alegría de la Pascua, que es distinta a otras alegrías superficiales y pasajeras. El signo de descomposición de una comunidad cristiana es la tristeza, la amargura, el pensar mal de los demás, los miedos diversos que podemos sentir y que parece que se instauran a perpetuidad en nuestra vida. Es necesario que 
escuchemos muchas veces aquellas palabras del Evangelio: 
«Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: no os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí» (Mc 16,5-ó). 
Novedad y alegría de la Pascua: La Pascua nos pone ante la inevitable y gozosa exigencia de lo nuevo en el mundo, en la historia y en nosotros mismos. En la Pascua celebramos la Vida. Esa Vida que no acaba, que alienta en el camino, que da seguridad absoluta en la inseguridad, que da valor en el miedo, que da fortaleza en la debilidad, que da alegría en la cruz y el 
sufrimiento.

Hoy nos es necesario recuperar esta Pascua. Es urgente que los hombres sintamos en nuestras vidas la presencia de la Pascua que es Cristo el Señor. Hace falta que recuperemos la alegría en el mundo y en la Iglesia o mejor recuperar la alegría en la Iglesia para el mundo. 
Solamente recuperando esa alegría en la Iglesia, recuperamos el sentido de la cruz. Porque no se trata de una alegría superficial y pasajera, que a veces puede coincidir con un éxito inmediato, sino de una alegría honda y eterna que solamente nace de la cruz y que es 
fruto del amor de Dios que se derramó en nuestros corazones por el   Espíritu Santo que nos fue dado: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz» (Gal 5,22). Parecería que hablar de la alegría nos hiciese perder el sentido de la realidad, ya que en el mundo vemos dolor, enfermedad, enfrentamientos... Hablar de la alegría no es ignorar el dolor, el sufrimiento, la muerte. Todo lo contrario. Es descubrir el sentido de la cruz desde la fecundidad del misterio de la Pascua.