18 diciembre 2013

Preparen los caminos del Señor

1. La fe en el Señor Jesús, en su venida pasada, presente y futura no brota espontáneamente en el corazón de las personas, aunque tenemos una predisposición a acogerlo porque hemos sido hechos para Él: “Nos has hecho para ti Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (San Agustín).

2. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, un “corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios” (n. 30).

3. Nuestra principal tarea como Iglesia es pues enseñar a otros a buscar a Dios ya que sólo en Él encontrarán paz y sentido a sus vidas. La acción pastoral del Papa Francisco, con gestos concretos de misericordia, con un lenguaje clave de amor y de cómo Dios actúa en nuestras vidas, es un modelo a seguir.

4. Esta constatación nos lleva a fijar nuestros ojos en la figura de San Juan Bautista ya que Dios le dio como misión en este mundo “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”, tal como se lo dijo el ángel Gabriel a su padre Zacarías (Lc 1, 17) y él mismo lo canta el día de la circuncisión de Juan el Bautista: “Y tu niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos” (Lc 1, 76).

5. Juan el Bautista no improvisa su misión. Se va (treinta años) al desierto (Lc. 1, 80; 3, 2), vive en completo anonimato dedicado a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios, a la lectura de los signos de los tiempos, llevando un estilo de vida muy austero (Mt 3, 4). De esta profunda comunión con Dios obtiene la fuerza para anunciar al Mesías Cristo, denunciar el pecado de Herodes y de los fariseos, llamar a todos a la conversión, soportar la cárcel y finalmente dar su vida por el Evangelio de la Verdad y la Justicia. Con razón Jesús lo llama “lámpara ardiente y luminosa” (Jn 5, 35) y afirma que es el profeta más grande nacido de mujer (cfr. Mateo 11, 11).

6. Junto a este testimonio de vida potente y a la fuerza profética de su Palabra, debemos destacar en Juan Bautista su humildad. Se define a sí mismo simplemente como “una voz que grita en el desierto” (Lc 3, 4); él no es la Palabra salvadora sino solamente la voz de la Palabra. Y ante las dudas de su pueblo les dice: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3, 16).

7. Si cada uno revisa su historia de fe, podrá reconocer que han intervenido en ella muchos “Juanes Bautistas”, hombres y mujeres que con su testimonio de vida, de amor entregado, de servicio incondicional a los más pobres nos han acercado a Jesús. ¿Cómo reconocemos a estos testimonios en nuestras comunidades? No lo olvidemos, siempre cerca nuestro hay hermanos que nos acercan al Señor.

8. Contemplando a Juan Bautista en el Evangelio y a los “Juanes Bautistas” que han sido los instrumentos de Dios en nuestras vidas para abrirnos la “puerta de la fe” y consolidarla, oigamos su llamado en este Adviento a ser también nosotros “Juanes Bautistas” para otros. La fe se transmite persona a persona, ayudados ciertamente por muchos otros medios (publicaciones escritas, imágenes, audiovisuales, etc.), pero nada sustituye el contacto personal, la escucha atenta, el diálogo sereno, la presencia amistosa, la bondad incondicional.

9. Para ello démonos tiempos más largos de preparación espiritual, como lo hizo San Juan Bautista. La tradición espiritual los llama “días de desierto”, en los cuáles Dios nos hablará al corazón (cfr. Os. 2, 16). Dice el bienaventurado Carlos de Foucauld: “Es necesario pasar por el desierto y vivir en él para recibir la gracia de Dios; allí es donde nos vaciamos, donde arrojamos de nosotros todo cuanto no es Dios (…) Es un tiempo de gracia, un período por el cual necesariamente ha de pasar el alma que quiere producir fruto”.

10. Estos tiempos de soledad y silencio nos ayudarán a despojarnos de todo lo superfluo, a crecer en austeridad, a tener una mayor sensibilidad social y a compartir lo nuestro con los que nada tienen. Nos predisponen así a acoger la enseñanza de nuestros Obispos para “humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”, sin creernos nunca los salvadores. Sólo Dios salva y hace crecer su reino. Lo nuestro es, por lo tanto, disminuir para que Él y su reinado crezcan. (cfr. Jn. 3, 30).


Para la oración personal

• En el silencio de la oración contemplar a Juan el Bautista y dejarnos interpelar por su testimonio y su predicación: Lucas 3, 1-20.

• Repasar mi historia de fe identificando los “juanes bautistas” que el Señor me ha regalado en las distintas etapas de mi vida. Recordar sus rostros, testimonios y palabras. Agradecerlos de corazón.

• Releer el “canto de Zacarías” (Lucas 1, 67-79) sintiéndolo como una invitación a ser Juan el Bautista para otras personas en mi familia, trabajo, vecindario, organización social, deportiva o artística. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Qué me falta? Pedir al Señor la gracia de pasar por el desierto para poder preparar sus caminos y anunciarlo con fuerza y convicción.